La primer anécdota que me dejó marcada, de muchas que acumulé a lo largo de mi viaje por Asia a finales del 2014 y principios del 2015, fue esta, porque fue la primer experiencia que me confirmó que de verdad, había algo más grande y poderoso que me protegía, me guiaba y me abría las puertas.
Mayo 2015
Organicé mi viaje a la India acompañada de una de mis amigas, porque era incapaz de irme sola, me moría de miedo, el viaje original duraría solo dos meses; Octubre y Noviembre del 2014, pero yo iba con la idea de que tenía que quedarme y alargarlo por lo menos hasta mi cumpleaños número 40, que sería en marzo del 2015. No sabía cómo lo lograría pero sabía que eso quería hacer por sobre todas las cosas, aunque dejara perder mi vuelo de regreso a México, y no me importaba lo que pudiera pasar después.
Finalmente conseguí que me aceptaran en un estudio de yoga en China, para lo cual necesitaba sacar visa y en la India era muy complicado el trámite, entonces decidí que tramitaría la visa en Nepal, y aprovecharía para conocer ese país tan místico.
Fue así que nos dirigimos a Katmandú los últimos 10 días del viaje, esos días estaba muy nerviosa porque sabía que ahora sí me enfrentaría a la soledad absoluta. Sabía que no me podía quedar varada en el hotel mientras había todo un mundo afuera por descubrir. Lo único que me quedaba era meditar, pedir a Dios y a los Ángeles que me protegieran, que me guiaran y que me dieran muchas señales para que pudiera entenderlas, pero sobre todo que me ayudaran a confiar y a escuchar su guía interna.
Estaría 3 días sola en Katmandú antes de viajar a Beijing. El último día que estuve con mi amiga la llevé al Aeropuerto, nos despedimos con lágrimas en los ojos, ella se regresaba sola a México nerviosa y con miedo, y yo por mi parte también estaba aterrada, pero lo disimulaba muy bien. Sabía que los siguientes meses de completa soledad, me harían enfrentarme a mis peores monstruos.
Decidí que lo primero que haría estando sola en Katmandú sería llevar unos collares de meditación (malas) a componer porque se había roto el cordón, las llevé a un local muy chiquito que tenía buenos precios y estaba casi en la esquina de la plaza de Baktapur, las traía de la India y las apreciaba mucho, por eso quería conservarlas y seguirlas usando. Cuando llegué al local, el dueño de la tiendita, un joven muy amable y sonriente, me comenzó a hacer la plática, me preguntó si era vegetariana, le dije que sí, me sorprendió y le pregunté que cómo lo había adivinado, me dijo que lo dedujo por la pulsera que traía puesta (un cordón rojo amarrado) era la señal de que era vegetariana, pues él también era vegetariano y la llevaba puesta, me dijo que era una especie de bendición para quienes honran la vida en el hinduismo, creo que sólo por eso le caí bien. Platicamos largo, le conté de mi viaje y que mi siguiente destino era China, también le conté que literalmente ya no tenía casi dinero, más que mis tarjetas de crédito y que esperaba volver a capitalizarme con lo que ganara de las clases de yoga en China. El hombre muy compasivo me ofreció 30 collares o malas para que me llevara a vender a China, por supuesto me negué, le dije que de ninguna manera, que era demasiado y mucho dinero que no podía pagar. El hombre insistió, me dijo que no tenía que pagárselas, que eran gratis, que lo hacía por ayudarme, le dije que no, él seguía insistiendo en quererme ayudar. Finalmente al día siguiente tenía que regresar a recoger mis collares que me iba a componer, el hombre me dijo que lo pensara, y me decía que de todo corazón me las llevara y que se las pagara cuando pudiera, o cuando regresara a Katmandú, así ya tienes un pretexto para venir otra vez, me dijo.
Por supuesto lo primero que me vino a la mente fue la historia de la película de Bridget Jones, yo toda mal pensada pensé que talvez podría ser una trampa y que tendría droga en su interior o yo que sé.
Al día siguiente regresé, todavía no estaban listos mis collares, el hombre me ofreció llevármelos a mi hotel más tarde, pero le dije que iría a cenar a un lugar que había descubierto que era vegetariano y que había un ambiente agradable, con muchos extranjeros principalmente, me dijo que él no podía entrar ahí por no ser extranjero, entonces le dije que con más razón nos veríamos para cenar en ese lugar. El hombre accedió, tenía una energía completamente amable y compasiva, la verdad es que me inspiraba mucha confianza.
Llegó la hora de la cena, cuando llegué al restaurant para la cita el hombre ya estaba ahí esperándome, lo invité a pasar pero él estaba como temeroso, finalmente nos sentamos a comer, él un poco cohibido al principio pero amable. Platicamos largo, me contó de su esposa, de sus hijos, de la venta de los collares, de lo que están hechos, de las calidades, de lo que significan las semillas, de lo sagradas que son las malas, etc., etc. Al final no le permití pagar la cena, le pedí que me dejara invitarlo, el hombre accedió muy complacido. Después de esa charla me convenció y accedí a que me diera 20 collares para que me llevara a vender a China, totalmente gratis. Con la promesa de que le pagaría algún día cuando los vendiera o cuando regresara a Nepal, ese fue el trato.
Después de la cena quedó en llevarme los collares a mi hotel, pensé que no lo haría, pero si fue, me llevó 30 collares, yo pensé que eran demasiados y al final acepté solo 20. Nos despedimos con un abrazo fuerte y fraternal como si fuera un amigo de toda la vida, me dio sus teléfonos y todos sus números de contacto para pagarle cuando los vendiera.
Ese día supe que no era casualidad que me hubiera encontrado a ese hombre con tanto amor y con tanta bondad en su corazón y que fuera capaz de regalarme 20 collares solo para ayudarme. Era un milagro que un completo desconocido confiara en otra completa desconocida y simplemente me ofreciera su ayuda sin pedir nada a cambio.
Levanté mi mirada al cielo y con lágrimas en los ojos di infinitas gracias. Esa era la señal que me estaban dando, sabía que me estaban guiando y protegiendo.
Pasó el tiempo, llegué a China, no pude vender los collares allí, a los dos meses fue el terremoto de Nepal justo en Katmandú, su local estaba a media cuadra de la plaza que quedó totalmente destrozada, de solo escribir estas letras se me llenan los ojos de lágrimas.
Intenté llamarle, intenté buscarlo pero no tuve suerte, no volví a saber nada de él.
Hasta el día de hoy sigo usando todos los días sus collares de meditación en mis muñecas. Y constantemente le dedico mi práctica de yoga a ese hombre.