29 de Abril del 2018
Aquí estoy de nuevo, sola en mi habitación.
Queriendo entender, abarcar, abrazar y al mismo tiempo liberar todo lo que viví en los pasados meses mientras estuve de viaje por Asia.
No sé ni por donde empezar, siento que llegué a casa pero al mismo tiempo ya no soy de aquí, ni tampoco de allá, ni de ninguna parte, como decimos aquí en México “no me hayo”, me siento en un limbo, en el que no sé bien por donde salir, y tengo tanto que hacer al mismo tiempo, y tantas cosas pendientes por terminar que de repente mi mente viaja a aquellos días en los que estaba inmersa en el Ashram, con una agenda tan sencilla, en donde todos los días hacía lo mismo a la misma hora, y mi única preocupación era poder lograr conectar profundamente en las horas de meditación.
Los primeros días me cuesta trabajo ponerme manos a la obra, me entra una especie de depresión post viaje, no me quiero mover, no quiero hacer nada, me quedo en pijama todo el día y solo duermo. El primer día que llegué por lo menos dormí 14 horas, el segundo ya menos, sólo 10 horas.
Solo de pensar que tengo que desempacar todo, mi ropa, la nueva, la vieja, la sucia, buscarle lugar a mis nuevos tesoros, separar los regalos para los amigos, apilar los libros en la columna de los pendientes urgentes por leer. Y al mismo tiempo desempacar todo lo que traigo aplastado en el pecho, conglomerado de emociones, experiencias, aprendizajes, dolores, miedos.
Esta vez mis últimos días en India los pasé explorando nuevos lugares en Delhi, pero hubo un día en que lo pasé muy enferma del estómago, lo que hacía más de 5 años que no me pasaba, sé claramente que la causa era 100% emocional, no estaba pudiendo digerir algunas situaciones, después de recuperarme del estómago empecé a sentir el picor en la garganta, y de nuevo supe que las crisis emocionales y mi necesidad de reprimir lo que sentía estaba haciendo estragos en mi cuerpo, en forma de tos y luego gripa. Con meditaciones, remedios caseros y reconocer emociones bloqueadas pude liberar la energía acumulada para sanar sin medicamento.
Ahora a la distancia tengo esta extraña sensación de que he llegado a donde siempre llego, a mi refugio, pero cada vez que llego soy otra, muy distinta a la anterior, las experiencias me cambian, lo que pienso y lo que siento.
Tengo muy practicada mi adaptabilidad al cambio externo, puedo estar un día en un lugar muy lujoso y al día siguiente en uno muy miserable, sin sentir la menor incomodidad, puedo aceptar un cambio de planes o furtivas sorpresas que me obliguen a adaptarme, y lo hago con cierta ligereza y fluidez , pero el cambio interno y el cambio de mis emociones es el que me confronta y me cuesta trabajo reconocer.
Me entra la nostalgia, no sé ni de qué, o tal vez sí sé, pero no lo quiero ver con los ojos abiertos y de frente, tal vez solo con sentir la nostalgia es suficiente, no tengo que entender, ni hacer una lista de razones y explicarlas detalladamente.
Mi corazón que se rompe una vez más, por las despedidas, por los fines de ciclo, por las expectativas no cumplidas, pero al mismo tiempo se llena y se expande por los sueños cumplidos, por los proyectos realizados, por tanto, por todo y por nada.
Mi cabeza que me da vueltas y se pierde en los interminables diálogos inútiles de lo que debió o no debió ser o en lo que debí o no debí decir. O en la incansable idea de ¿qué se requiere de mi? la indecisión de si ¿será mejor esto o aquello?
Pienso mucho y tengo una mente que no para, por eso la meditación ha sido mi más grande aliada en el ardúo trabajo de tratar de mantener controlada a mi mente, y aún así siento que no lo logro y que me falta mucho, muchísimo, infinito camino por recorrer.
Me duermo a las 5 de la tarde, me despierto solo para ponerme la pijama alrededor de las 11 de la noche, vuelvo a dormir, mis ojos se abren en automático cerca de las 5 de la mañana, intento dormir un poco más, a veces lo logro, a veces no, checo el celular, algunos mensajes de la India, otros de Bhutan, a veces nada, navego un poco por instagram, pienso que es una pérdida de tiempo, me regaño a mi misma, me digo que mejor debería meditar en vez de perder el tiempo. Me levanto, me acomodo en mi cojín y me dispongo a meditar una hora. Hago unos 15 sets de Nadi Sodona (respiración alternativa) como iniciación de la práctica. Me relajo, repito mantras, siento paz, de nuevo llegan diálogos, ideas, me enrollo en ellas, regreso a observar mi respiración, por un momento logro sostener este flujo continuo de atención en mi respiración, de nuevo lo interrumpo con alguna idea, ni siquiera lo noto en que momento entra, me arrastra, me lleva, me doy cuenta, regreso, respiro, inhalo, relajo el rostro, la frente, los ojos, la nariz, siento la nariz, el aire que entra, el aire que sale, y así continúo por una hora.
Termino mucho más calmada mucho más en paz, pero la tristeza sigue, se convierte en calma pero triste, nada más.
Vivo con ella, la acepto, la dejo fluir en mi cuerpo, sé que se irá también, no se quedará, le tengo que dar permiso de estar conmigo, de aceptar en mi todo aquello que no me gusta.
Yo no sé a qué se debe, pero tengo que reconocer que este estado emocional me ha dado la oportunidad de mantener mi meditación de una hora diario y a veces más.
Espero encontrar la salida en mi práctica.