«Corazón mío, siempre te amaré”.
Esta bien podría ser una frase que dedicamos a una persona por la cual sentimos mucho amor. Pero y ¿cuántas veces se las has dicho a tu propio corazón?. Creo que esa sería una pregunta que muy rara vez nos planteamos a nosotros mismos y mucho menos porque nunca nadie nos enseñó a reconocer y aceptar nuestras emociones, las cuales son como un mapa para conectar con nosotros mismos. Nuestras emociones siempre están pidiendo que les demos espacio, libertad y sobre todo que les demos amor sin importar que tipo de emoción es. Enojo, tristeza, decepción, traición, amor, ternura, compasión, melancolía, por mencionar algunas, no existen emociones buenas ni emociones malas, son solo emociones con diferentes vibraciones. Decir que la tristeza o el enojo es malo sería como decir que el gris o el negro es malo. Pero no es así, es solo una emoción tal y como el negro o el gris es solo un color, y lo único que nuestras emociones nos piden a gritos es que las reconozcamos y las abracemos las dejemos entrar y estar en nuestro interior, son solo visitantes, no se van a quedar por mucho tiempo, ninguna de ellas. Ni el enojo, ni la melancolía se quedará con nosotros por toda la vida. De la misma forma en que nosotros le pedimos al mundo que nos reconozca y nos abrace empecemos por abrazar y reconocer a nuestro propio corazón.
Uno de los primeros pasos para caminar el sendero del amor propio es voltear a vernos a nosotros mismos, de preferencia solos y en silencio, sin lecturas, sin música ni nada que distraiga nuestra atención. La meditación es una perfecta herramienta que crea las condiciones necesarias para reconocernos, porque nuestro corazón y nuestras emociones no son una entidad separada de nosotros mismos.
Básicamente la intuición es la brújula interna que todos tenemos y que nos permite actuar y tomar decisiones basadas en una guía divina. Si no nos permitimos sentir y vibrar nuestras emociones, con el tiempo se vuelve una tarea muy difícil podernos dejar guiar por la intuición o guía interna divina (la cual nunca se equivoca).
Alguna vez leí de un libro de Jon Kabat-Zinn que decía que no hay acto de amor más puro y sencillo que el de sentarte a escucharte, lo que se traduce comúnmente como “meditación”.
No se trata de ninguna práctica avanzada, pretensiosa o que solo algunos tienen afinidad o cualidad específica. Es simple y sencillamente la paciencia de darte amor a través del silencio, la quietud y tus sentidos.
Nuestras emociones son información clave que no debemos dejar pasar en alto, nos hablan de nosotros mismos, cualquier enojo o desagrado es la clara señal de que hay una parte de nosotros que atender. La gran mayoría de las veces son heridas no atendidas de nuestra niñez. La dicha es la clara señal de que estás haciendo algo que alimenta tu alma y que debes continuar haciéndolo.
Así es que cada vez que surja una tormenta de emociones, deja que entren, dales espacio y pregúntale a tu corazón, ¿qué escondo detrás de esto que siento? Pregúntale a tu corazón de qué manera puedes honrarlo y por ende a tu propia vida.
Hasta que no establezcamos un verdadero lazo de amor con nuestro propio corazón y nuestros sentimientos nunca nos sentiremos verdaderamente amados por nadie más y seguiremos embarcados en la búsqueda incansable de amor y reconocimiento.