8va. Toma de Ayahuasca. 9 Junio 2018
Esta foto me recuerda lo que sentí en la última toma de Ayahuasca que hice hace un par de semanas.
Un profundo e inmenso océano de lágrimas en mi interior.
Sin temor a equivocarme ha sido la más fuerte y confrontadora experiencia de Ayahuasca de todas las ceremonias que he hecho hasta ahora, sin dejar de ser infinitamente amorosa.
Literal creo que las ceremonias anteriores fueron una especie de antesala y prefacio para poder trabajar a niveles tan profundos como lo hice en esta última toma.
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Esta vez lloré incansablemente, por todo y por nada en concreto, ira, miedo, decepción, tristeza, impotencia, frustración, todo lo que he vivido, sufrido, anhelado, sentido, perdido, por toda lo que me he sentido culpable, por toda la ansiedad acumulada, por todas las heridas emocionales aún abiertas y por todo lo que ni siquiera podía entender.
Al final se convirtió en un llanto de dolor completamente inexplicable, infinitamente profundo, mis ojos no paraban de soltar lágrimas y mi llanto era como un gemido que venía del fondo de la tierra.
Por momentos sentía que nunca pararía de llorar y que se me secarían los ojos, después me preguntaba de dónde me salían tantas lágrimas.
Entonces vi en mi interior un profundo océano de llanto, como un horizonte sin fin.
Ya no era yo, era todo mi linage, mi familia, mis abuelas, bisabuelas y también eran todas mis vidas, miles de años atrás de patrones repetidos, tantas emociones reprimidas y acumuladas, todo el dolor que ni siquiera alcanzaba a vislumbrar de dónde venía. Y que bueno porque de verlo me volvería loca.
Tiempo atrás escuchaba las metáforas de “un mar de lágrimas” pero nunca antes había sentido lo que es esa sensación y ese sentimiento.
Un abismo de dolor tan profundo, obscuro y tan añejo que es imposible de descifrar su origen y su causa.
Pero aún así esta ceguera es necesaria para poder sobrevivir.
Pero para sanar es necesario sentirlo para soltar y aligerar la carga, para luego poderla transformar.
Ayahuasca me enseñó que no siempre hay que entender, pero siempre hay que sentir. Pues a eso venimos.
Creemos que llorar es de débiles, y mostrarnos sensibles y vulnerables es señal de debilidad, pero en realidad es todo lo contrario, no hay mayor fortaleza que un corazón valiente que se atreve a mostrar transparente y sensible aún ante su más duro enemigo, que es su propia mente.